Realidad se escribe con el corazón helado
y se afirma con una vela encendida sobre la
cabeza.
Es un espejo sobre un nenúfar ceniciento, abierta
a la sangre del viento,
abierta a las voces donde la escarcha es el
lenguaje nacional.
Poco a poco, el amanecer se extiende como una
caricia desagradable,
mientras a cada uno la hora vacía nos entrega
un basurero de vigilias.
─El palo erigido no nos enseña a aceptar el
otoño, ni a ser un pájaro sin destino.
Hacia qué tumba hay que mirar cuando se
agoniza, hacia qué abismo,
qué nube nos apuñala cuando morimos sin morir.
─El candelabro está encendido.
Al final del túnel quizá la noche sea otro
túnel, el tiempo nos ha desgajado la vista
y el reflejo dentro del espejo no es más que la muerte esperando al otro lado.
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