Cerca de aquí, la niebla conversa con su
imagen dislocada,
el agua del estanque parece un verbo olvidado
por la muerte.
Esta es la muchacha dormida, sonámbula,
epiléptica, cadáver.
─Máquinas del demonio. Entrecortan el viento
para dar en el blanco,
mientras camino lentamente hacia el pálpito
final del colibrí.
Escribo con ciertos güistes entre los dedos,
son gritos de socorro,
periódicos enviados por la vía del eco y el
miedo. Lo triste es la página,
respira repudiando cada letra y sílaba que se
adentra en sus vías férreas.
Es como tragar sin parar agua del océano
mismo, aunque éste ya no exista.
Es una locura seguir esperando a que cambie de
color el semáforo
o esperar a que el arcoíris muestre ese color
negro de insatisfecho;
las leyes se imponen con una mano en el
excusado y la otra en la fantasía.
Dime, amor, hasta cuándo romperás la vasija
de la insurrección
y besarás con cierta locura la sangre emblemática del aliento.
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