Justo después de escuchar la voz del páramo,
corretea la sangre como loca entre el pubis amargo del
polvo.
Hay rocas en las entrañas de los ixcanales.
Las nubes hoy vomitan hormigas egipcias.
Por cierto, menuda carcajada la que se trae el granito,
el viento es una esfera ridiculizada por la herrumbre
y los gatos lo saben al contar los peces muertos en el aire.
No siempre fue así. El cielo era índigo como campánulas
trenzadas,
entre los árboles jugueteaba la esperanza como una niña
traviesa,
mientras a lo lejos las piscuchas le deseaban buen viaje al
horizonte.
Era tan diáfano ver a las muchachas bajar de la montaña con
sus cántaros.
La luz conversaba, los álamos escribían su nombre en los
relojes,
los pájaros cantaban y gritaban con alegría el regreso del
invierno.
─No todos lo quisimos así. Mas hoy la silla de ruedas es
para el país
y nosotros somos la calle inhóspita de su voz desgastada.
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