Nada esperamos a cambio. Salvo el abofeteo del viento, voz
recóndita,
tacto de espejos haciendo teatro para despertar la voz
dormida de los güistes.
Escupimos a diario. Es cierto, a diario la náusea y las
colillas del periódico,
a diario las tumbas y sus parásitos, mi cama ya es posada de
muertos.
Tras las ventanas, el agua se desliza como uña afilada;
tiene algo que decir, lo dice mientras cae en el pozo
lascivo de las tarántulas.
Cada telaraña es una pregunta sin respuesta. De cierto modo
el polvo me abraza,
al parecer soy otro sótano en el cual los violines suenan
heridos día a día.
¿Cuánto he de soñar antes de descender por el largo bejuco
de la muerte?
No me iré sin antes trenzar las gargantas poseídas de las
corbatas,
no me iré sin antes gritarle la verdad al tránsito brutal del laberinto.
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