Zapatos de vidrio. Sus yos conocen lo más profundo de las estatuas.
Ahí nacen flores negras y una que otra blanca; una
ciudad se erige,
una ciudad de incontables nombres sin crepúsculo, ni
luciérnagas.
Por las noches, uno encuentra páramos desnudos, lunas sin
niños,
perros aullándose a sí mismos, paredes con costillas resquebrajadas.
─Te diré que no hay diferencia entre polvo y saliva.
Te diré que no hay reloj sin conocer el desierto en los
océanos.
Te diré que no hay muchacha que no se haya soñado vestida de
musgo.
Hoy, he conocido lo asfixiante que puede ser la hipocresía
y lo interesante que puede ser una guitarra acompañada de muchas gaviotas.
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