Aquí nos encontramos la última vez.
Arrastraba en sus cabellos un nombre
y en el reloj del campanario no eran las doce
ni la una;
en cada mano llevaba una caléndula sin
pétalos,
estaba dispuesta a dar todo de sí misma para
encontrarse
y no pudo hallarse ni dentro de los escombros.
Ella era la Tierra, que tomó la forma de una
mujer
y ahora tiene la forma de una crisálida sin vergel.
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