(Hay aberturas en las
líneas,
en las líneas grises
de la vida.)
A lo largo de la travesía uno fabrica su propia lápida,
aunque la hojarasca y los gusanos no estén de acuerdo,
aunque la Luna copule aquellos pastos secos
y la escarcha cubra la sien humedecida de las luciérnagas.
Seguimos aquí, como estatuas con litros de sangre fluyendo a
través,
vemos pasar las gaviotas y escuchamos esos lamentos
rectangulares de la borrasca.
Conozco gritos elípticos, no los de la Tierra, ni los de las
campanas allá en lo alto;
conozco el grito del barro, de la tierra blanca, pies
descalzos del candelabro.
Allí descansa la esperanza y teje sobre aquella vieja silla
de ruedas del ocaso;
ya estamos acostumbrados a contar el resuello de las piscuchas
y a retener la respiración cuando cruzamos el puente de la deshora.
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