Frente al viento amordazado, la sartén nos devuelve el
alfabeto en brasas,
el periódico viene hinchado y el centelleo de tortugas suena
como reloj del alma.
Hablan, musitan las ventanas al palpar la niebla y sus
mermeladas ululan.
(Dinos muerte, muerte
purpúrea, muerte de colores o arcoíris desgajado,
ahí se nos obliga a
escuchar con la nariz y a comer nostalgia del manantial extinto.)
Aquí también nacen flores, flores negras, flores diáfanas,
vergel del poro.
─Susúrranos, amor, llena el ánfora de angustia o de aquella
esperanza tirada al charco.
El rumor atrae espejos, pájaros, incluso espantapájaros saben
carretear hacia al abismo.
Conozco una mujer que a veces se vuelve reloj de arena,
ella no sonríe, ni oculta su enojo al oler las rosas sin
olor del tiempo,
ella conversa y repica al compás del invierno saturado de herrumbre,
mientras dirige su mirada a la mirada desvanecida de un caracol ecuestre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario