Y son oscuros los mares. La acentuación perpetúa la lengua
de los cipreses.
En las ventanas, sin perder el equilibrio, una hoja se
balancea sobre su propio vacío,
un gato le vigila como a un despojo, el acordeón dibuja esquizofrenia
en la borrasca.
─No hay problema si me llamas. Deja una nota en la garganta
del requinto,
luego escucha el graznido inconforme de un reloj
descompuesto
y anota todo en el guijarro, antes de que acabe la tormenta.
Nadie reprime mi muerte. Nadie cobija con sus manos un
hormiguero bajo la lluvia.
Hoy abrazo incesantemente un retrato de ixcanales abiertos
al frío,
pues sé hablar en el idioma de las linternas y prolongar la vida flácida del firmamento.
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