Bajo el techo de una almeja, se
escucha un susurro de juncos explosivos, un pájaro revolotea ante un reloj de granito: desmedidas
voces surgen del interior. El mar está lleno de alcantarillas obligadas a
permanecer abiertas al diluvio de huesos. Ella sonríe. Yo lamo zigzagueantemente las gotas ecuestres entre lo poco que queda. Un atávico gato curiosea en los cofres escondidos en los cráteres
de la luna, las nubes sacuden el petate del oráculo, mientras el viento siembra la carnada en
las alondras. Mas la sed no termina frente al espejo, ni entre el pubis oculto de los pelicanos;
ella yace clavada a los cabellos musculosos de un auténtico río de espantapájaros en llamas.
Las heridas no revelan el arcano de las prostitutas, la realidad vive en los escombros, y la
pobreza en el hollín expelido de un crisantemo poseído por las plumas de un águila ecuestre sofisticada. La tormenta trajo hojas muertas.
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