Los astros se disfrazan de tumbas.
En los pechos de las garzas anida la piedra,
el trabajo se ha vuelto un bejuco con ronroneos marinos,
la piedra sabe aullar como lo hace el pellejo de la bóveda.
─Sabemos desayunar espectros, beber silencio es lo nuestro.
De la memoria brotan chorros de colores, sueños atados al
paraguas del zapato,
las hojas también son palomas, el correo llega a tiempo, el
zapateo no se detiene.
Bajo las colinas, el instante enfría el corazón de los
andenes, nada es costumbre.
El alma mía ahora es un bulto, un bulto demorado en materia
de trenes,
mi viaje fue explicado en el primer verso.
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