Algunos de nosotros hemos sido atravesados por el rocío
elocuente,
bebemos del aire anoréxico de los andenes; mientras a
orillas del naufragio,
todo se vuelve una tumba de nenúfares o una pronta letanía
de escombros.
Nada imaginamos cuando dormimos bajo la ceniza o bajo el
despecho de un alfiler,
restregamos nuestros ojos con el vello púbico de la vigilia,
sin nada que recordar,
salvo el recuerdo de que una vez existimos como pájaros y
ahora como inocentes sombras.
Alguna vez mencionamos el nombre de la espada, el tránsito
amargo de la navaja
o la mortaja en donde ensangrentadas una vez se posaron
aquellas hojas del crepúsculo.
Quizá no sepamos nada de la noche y sus esbirros, o del
campanario bajo las piedras,
o de la perturbada brújula del molino imaginario, o del
rancho encorvado de las pirañas.
(No soy quien digo que soy, soy lo que dicen tú o ella, aunque la bruma diga lo contrario.)
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