No
puedo vivir quejándome toda la vida. Así que ahora ya no me quejo. Aunque las
palabras vuelvan
a mí hundidas en güistes y como gritos perforen mis ventanas desenterradas.
Estoy aquí
sin estar, niego que soy yo mismo el que se refleja en ese charco de sangre y
gusanos, nacido
de una pronta lluvia, a la cual no le importa el más minúsculo pedrusco de piel
tenue o carmesí.
No soy quien digo ser cuando bajo por el sendero, soy un mentiroso sin
universo, una
sanguijuela de dos patas, que goza al ver la sangre correr entre espejos rotos
y gotas ebrias
de sí mismas. Vengo desde el retrato amodorrado de la gula, mi jardín adolece
de gastritis,
mi cielo es una alfombra con termitas en el centro; aunque no lo entendáis, yo
he sido
también hoja, me he desplomado desde lo más alto del universo y he caído como
plasta sobre
las estatuas del mal encarnado. ─Sigues siendo tú mismo ─me dicen─, pero no
creo en
palabras que salen de bocas indiferentes, salvajes, tan faltas de selva o
desierto, tan faltas de
espejos que carguen sus voces a cuesta. ─A pesar de ello, ¿cuál es tu mundo? Si
dices que no
eres quien dices ser, ¿a qué mundo perteneces, si no hay otro más noble como
éste? No es
que yo diga que soy quien piensan que soy, más responderé mientras observo a
ese perro desnutrido,
que mira cada dedo de mi mano, como si fueran candelabros hechos de carne. Responderé
porque no puedo hacer otra cosa, ustedes esperan una respuesta, puede que esperen
que diga lo que quieren oír, así como el mar llega a la orilla sin decir que no
es él el que
llega y se lleva mar adentro las preguntas que hacen los cangrejos, mientras
son arrastrados
por la respuesta salada de sus temibles brazos. No sé quién me dirán que soy aunque
yo no lo sea, no sé qué hojarasca les ha dicho que soy solo un mentiroso y no
otro hombre
como ustedes; no sé con qué crepúsculo puedo comparar quien realmente soy, pues la Nada misma lo ha asegurado: ─nada sois, sin llegar a conocer vuestro yo interno.
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