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miércoles, 25 de mayo de 2016

Diluvio interno


No puedo vivir quejándome toda la vida. Así que ahora ya no me quejo. Aunque las palabras vuelvan a mí hundidas en güistes y como gritos perforen mis ventanas desenterradas. Estoy aquí sin estar, niego que soy yo mismo el que se refleja en ese charco de sangre y gusanos, nacido de una pronta lluvia, a la cual no le importa el más minúsculo pedrusco de piel tenue o carmesí. No soy quien digo ser cuando bajo por el sendero, soy un mentiroso sin universo, una sanguijuela de dos patas, que goza al ver la sangre correr entre espejos rotos y gotas ebrias de sí mismas. Vengo desde el retrato amodorrado de la gula, mi jardín adolece de gastritis, mi cielo es una alfombra con termitas en el centro; aunque no lo entendáis, yo he sido también hoja, me he desplomado desde lo más alto del universo y he caído como plasta sobre las estatuas del mal encarnado. ─Sigues siendo tú mismo ─me dicen─, pero no creo en palabras que salen de bocas indiferentes, salvajes, tan faltas de selva o desierto, tan faltas de espejos que carguen sus voces a cuesta. ─A pesar de ello, ¿cuál es tu mundo? Si dices que no eres quien dices ser, ¿a qué mundo perteneces, si no hay otro más noble como éste? No es que yo diga que soy quien piensan que soy, más responderé mientras observo a ese perro desnutrido, que mira cada dedo de mi mano, como si fueran candelabros hechos de carne. Responderé porque no puedo hacer otra cosa, ustedes esperan una respuesta, puede que esperen que diga lo que quieren oír, así como el mar llega a la orilla sin decir que no es él el que llega y se lleva mar adentro las preguntas que hacen los cangrejos, mientras son arrastrados por la respuesta salada de sus temibles brazos. No sé quién me dirán que soy aunque yo no lo sea, no sé qué hojarasca les ha dicho que soy solo un mentiroso y no otro hombre como ustedes; no sé con qué crepúsculo puedo comparar quien realmente soy, pues la Nada misma lo ha asegurado: ─nada sois, sin llegar a conocer vuestro yo interno.

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