Busco entre la breña aquellos labios de
piedra,
aquellas cadenas de montañas unidas una tras
otra por la sonrisa:
no encuentro nada, ninguna pintura deja ver el
musgo líquido,
incluso hay un pájaro nombrado por el miedo.
Alas de guerra.
Cuervos abren el cielo con cierta carroña en
sus picos
y una mujer con cara de dadaísmo se mueve por
todo el valle;
yo no me muevo, se mueven ellos con sus cruces
de ixcanal
y van rumbo al lento vacío de la lejanía, ahí
donde el pleonasmo tirita.
Luego busco en las cordales, en las cordales
ubicadas bajo el bejuco,
se siente tan gélido el avance de los
pelicanos con sus banderas alzadas;
en cada estación brillan con cierta oscuridad
las valijas del ocaso,
pese a la agonía y las ruinas, pese al plenilunio del consumismo.
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