¡Oh vida, desde aquí observo lo que un día fue
y lo que está por suceder mientras cae la
lluvia!
Oh vida, ya no eres vida ni muerte ni ascenso,
eres el ocaso dentro de una mazmorra de trenes
obesos;
un manjar donde el mejor néctar yace en las
marejadas
y silenciosamente llega a la boca de un
colibrí ajeno.
Oh vida, el tiempo sacude las vértebras del
aliento.
(La
hojarasca cuenta una a una las heridas del espejo.)
¿Hacia dónde te encaminas al escuchar atentamente
a los grillos?
Lentamente se desvanece la borrasca de
lechuzas,
yo admiro el retrato desvencijado de una luz a
oscuras,
y usted, ¿a cuántas constelaciones ha vendido
su rostro?
A cada minuto escribes sobre mi piel y yo
pruebo la tinta,
esa tinta invisible y a la vez de polvo, tinta
de piedra;
de pronto, oh vida, te vuelves un pozo donde el agua no existe.
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