Detrás de la cerradura hay muchas puertas a la
deriva,
un mar envuelto con la sangre de un país sin
sangre,
calles desnudas como esperando a que alguien
las extasíe,
hojas ahorcadas por el placer mutuo del alba y
el crepúsculo;
he visto a una iguana de cemento y a una de
carne y huesos,
he visto muchas cosas que ya no son cosas,
cosas sin nombre,
que nada más las luciérnagas se atreven a
nombrar mientras agonizan.
Hay nombres escritos en las paredes, nombres
agrietados y heridos,
nombres escritos por la mano de una doncella
de hierro.
─¿Dónde está el mar? ¿Acaso bajo las ojeras de
un pronto desvanezco
o en el pico de aquel colibrí que bebió luz
antes de consultarle al oráculo?
Abro la puerta, una puerta dentro de otra puerta; el frío congeló el instante.
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