Lágrimas de roca bombeaba su pecho, hacia no
sé qué lejanía.
─Aún escucho en silencio a su arpa de alas y
otoños.
Como un reloj dio marcha atrás a los retratos
del orfanato
y llenó de alondras el espacio donde los
poetas dormían despiertos.
En cada ataúd, la mirada rumana y gélida de un
águila en llamas,
poco a poco sabemos que el crepúsculo dibuja
sus propios cementerios,
aunque ya no haya tornasol con el cual encarcelar
su descenso,
aunque su lenguaje pertenezca al ánfora
cuestionada por los insectos.
El esguince es tan grande en el tobillo del
cielo, ¿en qué nivel está?
¿En qué nivel de abismo yace nuestra lengua?
Todavía palpita.
(Hasta
donde sé, los metales siguen sirviendo de cuentagotas
y mi alma, de astillero para los navíos de ciertos disparates.)
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