Un mendigo que tiene en sus ojos los mares más salados del
universo,
una acera de piel bañada con el llanto pentagonal de las
estrellas,
un perro se orina en cada rótulo maldecido por la lluvia,
una señora grita el nombre de su hijo a una pared
ensangrentada,
un semáforo cambia de alto a siga y ahí se queda para la
muerte,
una libélula recoge lo poco que han recolectado las hormigas,
en ataúd de cristal flota un exánime río abajo;
son todas los tumbos que vuelcan mis sueños
y desnudo camino entre los senos surrealistas de la vida.
(Ésta vida es una vasija vacía donde el Sol sale para disecar
aún más el abismo.)
Aún reverdecen las sonrisas en la boca de una casa atada con bejucos
y mis brazos arrullan el resuello de un alba perdida en la pintura del hambriento.
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