Heme aquí, ante el esparadrapo oculto del horizonte:
los ataúdes son la ropa más próxima en los tendederos,
los ríos exhuman despojos olvidados bajo sus entrañas.
Y nosotros, ¿qué somos nosotros? Acaso alondras de
despeñadero,
acaso gaviotas en islas logarítmicas o topos con ojos de
poliedro.
Sabemos que no podemos eludir los gritos de las piscuchas,
ni abortar el insomnio, la noche es una doncella de hierro.
Escuchamos con cierto miedo lo que nos musitan las ventanas,
los escarabajos a propósito nos dejan sus bolitas de sombra.
─Al despertar, el llanto taladra nuestras paredes.
¿Hacia qué surco intentamos mirar cuando todo es
devastación?
Siempre hay gritos en los sótanos perennes de la desmemoria;
uno se desmorona con tanto polvo pegado a los ojos de los
periódicos.
Somos al fin y al cabo, un rancho y un lucero, un charco de gangrenas.
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