Os ruego me disculpen, quizá sea un poco cardo
o penetrante como una copa de ácido
hirviendo.
El tiempo estruja con urgencia la alcoba
eclipsada de la jungla,
mientras el esperma corre como relámpago entre
los senos agudos de la linterna.
Algo tengo que hacer con estas palabras
marcadas como monstruos,
como demonios que han escapado de un
espejo poseído por la deshora.
Dime, amor, si la razón es un plato que se
come con azúcar o con sal,
las olas llegan a la orilla y detenidamente observan
el reloj dejado en el tintero.
(De aquí
hasta Neptuno, el pretérito imperfecto de una sombra que elegí al azar:
era una
luciérnaga convertida en una especie de noche en miniatura,
dentro
de la cual puse toda la longevidad de una charca partida en dos;
sus ojos comenzaron a encenderse, mientras forjaba en su vientre este poema.)
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