No hay día ni noche,
ruinas ni ataúdes en el pecho de las
campánulas;
hay una ergástula en mis ojeras de impostor
y una tormenta que no cesa ni da tregua a las
luciérnagas.
Dime, amor mío: ¿qué cofre debo abrir?
¡Si ya todos están abiertos y los muertos han salido a caminar!
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