Con cierto sigilo, el abismo se desliza por el
barandal,
como aquella gota de rocío puesta a propósito
sobre un paraguas.
El abismo es el que fabrica todos los ataúdes,
toda la náusea del estuario,
todo canto mal sepultado entre los oídos
terroríficos y tiernos de la hojarasca.
Las carcajadas carmesí de la luna llenan ese
vacío perenne de los relojes,
parece un bisturí abriéndose camino entre las
ojeras invisibles de un gato persa.
De pronto, el abismo vuelve a deslizarse por
el barandal,
mientras el frío comienza a subir cada
escalera para recuperar sus piernas perdidas.
¿A qué hemisferio nos referimos cuando
hablamos con la escarcha del féretro?
Cada montaña está harta de parir el tizne que
dispersa el pasto de los nahuales,
cada cerro está harto de bajar por el camino
lleno de espinas a recoger un poco de aire,
cada nube está harta de ser el arca que
transporta toda la podredumbre del nosotros.
Y el abismo sigue deslizándose, jugando a ser
nuestro compañero de cuarto,
hasta que cada uno decida ponerle otro abismo al final del barandal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario