Cada noche hago una pregunta a los vidrios
rotos de la deshora.
En medio de la borrasca es más fácil
responderle a una caracola
y luego caminar por la estela que dejan sus
entrañas tras lo invisible.
¿Qué podemos hacer mientras tenues las sombras
engullen el último pétalo?
Ya no nos queda una sola gota de tiempo en los
faroles, ni acueductos,
acueductos donde la voz se vuelva un reguero
de rosas y espadas;
muelles y puentes, estrellas y faunos
responden con cierto temor en sus costillas.
En las afueras del inconsciente, se hacen
ceniza los espasmos, las caléndulas.
De pronto, el hartazgo muta a un vértigo más
celeste y gris como explosión de estrellas;
el mar ha vuelto a abrir un agujero en mis ojeras, tu cuerpo, una exquisita galaxia.
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