Podría sentarme a observar las turbinas
dislocadas de las nubes
o ver cómo el tránsito de los espectros
colisiona contra su propia imagen.
Podría desdibujar la estación donde espera la
hojarasca
y teñir de fuego azul el páramo donde anidan a
diario las sirenas.
La vida es un grito sin eco, todo parece
ocultarse tras una señal trémula,
penetrante, como un rayo láser vomitado por
el relámpago del viejo escapulario.
Ignoro el día en que los cuervos descendieron
en picada sobre tus muslos
y arrancaron la última nota que había dejado un pelicano al morir entre tu cosmos.
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