─¡Ricardo! Háblame.
Dibuja en tus palabras el oasis,
ese oasis de nubes y calmados pastos.
─¡Contesta!
Haz tan siquiera un gesto o una cumbre,
ahí donde todavía existe aquella nube.
─¡Contesta Ricardo, contesta!
Dime cómo es el universo donde siembras
y siegas la pulpa de las blancas estrellas.
─¡Ricardo! ¿Estás?
Sal un momento de ese frío arenal
y platícame un poco de lo que has visto,
de lo que has visto al recorrer la soledad.
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